Guetar n'esti blogue

viernes, 5 de agosto de 2011

La Florentinea

     Hace más de dos mil años Homero dio forma a un poema épico que narraba las aventuras de Odiseo en su camino de vuelta desde Troya hasta su reino de Itaca. Fue un viaje accidentado, que le llevó años y paños completar, durante el cual perdió su barco y fallecieron todos sus compañeros de aventura, y desde la costa occidental de Anatolia recorrió todo el Mar Mediterraneo hasta llegar a las columnas de Hércules, el actual estrecho de Gibraltar, para, finalmente, terminar regresando a su reino insular en el Peloponeso.

     Yo no soy ni Homero ni Odiseo, ni tengo las dotes artísticas para el moldeo de las letras del primero, ni he vivido aventuras equiparables a las del segundo, pero como marino, cada vez que me embarco en una aventura marítima, término legal con el que aún hoy en día se define la navegación mercante, vivo una pequeña odisea, un viaje plagado de circunstancias adversas, curiosas, desagradables o placenteras. Si encima el barco se llama Mar Rocío, la epopeya está servida.


     En el desarrollo de la vida profesional de un marino pocas veces se dan las circunstancias como para pasar un fin de semana con gastos pagados en un lugar como Amsterdam justo cuando se celebra el cumpleaños de la reina. Lo que en España no pasa de un comentario en las revistas del corazón en Holanda es una fiesta de dimensiones colosales, un dia de exaltación patriótico-etílica, con miles y miles de personas por las calles vestidos de naranja, fumando y bebiendo toda la noche. Yo tuve esa suerte y sin siquiera esperarlo. Ciertamente, Amsterdam es una ciudad curiosa. Parece inimaginable desde una perspectiva de aquí imaginarse una ciudad cuyo centro histórico está infestado de coffe-shops y grow-shops, sex-shops como aquí farmacias, teatros de espectáculos eróticos y los famosos escaparates del barrio rojo, en los cuales, rodeados por un marasmo de turistas de todas las edades, exhiben sus encantos mujeres de toda edad y condición, desde la mujer de portada del playboy hasta señoras cercanas a la setentena.


     Contaba Homero que en  la isla de los Lotófagos vivían unos hombres que se alimentaban de la flor del loto, tras lo cual perdían la memoria, los recuerdos y la voluntad. Amsterdam, sin ser una isla pero estar rodeada de canales, podría ser una versión moderna de aquella ínsula legendaria, un lugar en el que abandonarse al vicio y al placer y dejar atrás pasado y futuro, siempre, eso sí, que el bolsillo estuviese convenientemente lleno.

     Tras dos días de ocio embarcar en el Rocío. Lo bueno siempre dura poco.

     De Amsterdam partimos a Liepaja, en Letonia. Buen viaje lavando tanques para ir reubicándose en el barco, aunque no hayan cambiado muchas cosas. Con buena mar y buen tiempo el mar del Norte es un lugar apacible. Liepaja es fiel reflejo de lo que son las ciudades postsoviéticas, una amalgama de edificios antiguos en mal estado y construcciones racionalistas y funcionales de factura soviética, industrias inmensas cayéndose a pedazos y restos de infraestructuras militares en decadencia. Ciertamente son sitios curiosos, en los cuales no es dificil ver restos del gran campo de batalla que fue toda esta zona de Europa, como varias minas inactivas tiradas sobre los muelles, minas de la segunda guerra mundial que nos recuerdan que esa plácida mar sobre la que nos movemos sigue siendo un inmenso campo de minas con más de 65 años de antigüedad.


     Salimos de Letonia rumbo a Turquía, 15 días de viaje, principalmente por una mar encalma y bajo un cielo despejado, lo que no nos quita para tener que hacer "paradas técnicas" cada cuatro o cinco días para reparar la máquina. Al entrar en el golfo de Vizcaya comienza el maretón a barrer la cubierta. No vamos a plena carga pero la cubierta se vuelve como la de un submarino, barrida continuamente por las olas. Entre bandazos y golpes de mar avanzamos hacia el sur, buscando el Mediterráneo, las Columnas de Hércules. Llegando allí la mar nos juega una mala pasada. No son las corrientes o tempestades que destruían el barco de Ulises, pero si son olas que barren la cubierta durante la noche arrancando una tubería de agua dulce en cubierta. El agua dulce sale durante toda la noche por la tubería rota y a la mañana, al sondar tanques, nos encontramos con los tanques vacíos. 3 toneladas de agua que no cubren ni el gasto de tripulación diario. Se plantea entrar de recalada en Algeciras o Ceuta para hacer aguada, pero no nos dan permiso. Tenemos que continuar hasta Turquía. Una semana duchándonos lo justo, sin poder lavar la ropa y con apenas 6 ó 7 horas diarias de disponibilidad de agua. Afortunadamente el evaporador no se averió esta vez como suele hacer y pudimos llegar casi sin agua.

     Durante esta travesía, a fin de hacerla más incómoda, sufrí un percance como si a Medusa hubiese visto. El aire acondicionado del barco es un arma traicionera. Nunca refresca. O te mata de frío o no te alivia el calor, y eso casi simultaneamente. A medio camino un día me descubro hablando raro. Me miro al espejo y descubro que la mitad de la cara se me ha quedado paralizada. Consultas con el médico y pastillas al canto. Al llegar a Turquía bajo a recibir asistencia médica. Me sorprende el poco desarrollo de la ciudad, Gebze, en comparación con Estambul. Hasta mujeres con burka por las calles, y eso que es un país estrictamente laico. Asistencia médica en turco. Un lujo. Me pinchan y no se el qué. Más pastillas. Todo en turco. Sorprende que la asistencia médica no sea gratuita. Aunque parece un ambulatorio al acabar consulta hay que pasar por caja.Y luego nos quejamos.

     De un puerto de Turquía a otro. Limpieza de tanques día y noche con mangueras en mal estado reventando una tras otra, maniobras de paso de canales, fondeos, descarga de slops, ni Dios duerme. Nos rechazan los tanques y vuelta a empezar. Por fin cargados con un cocktail de veneno químico (benceno, tolueno, estireno... ) nos comunican el destino, Houston. 25 días de viaje y a los USA, con lo que disfrutamos los marinos allí, y encima en ese barco, al que algunos ya le han puesto de mote "Mar Podrío".

Submarino Turco navegando por el estrecho de Rafina, en Grecia. Una milla por detras un patrullero griego lo escoltaba mientras otro submarino, también griego, navegaba a su encuentro cinco o seis millas por la proa.
     El viaje se inicia con grandes espectativas. Tenemos casi un mes para dejar el buque en condición de pasar las inspecciones de la Coast Guard, tan temidas por los marinos. 25 días probando todo y encontrándonos conque, ¡oh sorpresa!, o no funciona o se estropea. Además, a medida que cruzamos el océano y bajamos en latitud comienza a acentuarse el calor (hasta 32ºC a las 4 de la madrugada). El aire acondicionado ni se nota, la máquina sufre por el calor y hay que reducir cada día un poco más el régimen de marcha. Semanalmente tenemos parada técnica para reparar averías en la máquina, donde la gente trabaja a 50ºC. Días y días de trabajo, con un calor asfixiante, y rodeados de mar, sólo de mar. Una  monotonía que apenas rompen los peces voladores que huyen de la roda al romper las aguas, o los sargazos que aparecen tímidamente primero y de forma masiva después. Días sin televisión, sin radio y sin teléfono. Las noticias llegan a cuentagotas y deformadas: EEUU en bancarrota, España e Italia intervenidas, Cascos presidente, ...

     El 28 de junio llegamos a Galveston Bay tras un par de días navegando en un mar apestado de plataformas petrolíferas, muchas de las cuales presentan un estado bastante lamentable. Antes de poder descargar tiene que venir la Coast Guard a inspeccionarnos para darnos el visto bueno para poder operar en puertos USA. Durante un día estamos recibiendo autoridades, curiosamente casi todos hispanos, que nos prohiben bajar a tierra, nos sellan la gambuza, etc, hasta que por fin llegan los tan temidos Coast Guard, tres tipos rubicundos con cara de americanos de película que se entretienen durante toda la tarde haciendonos probar todo lo que ya habiamos probado, haciéndonos simular un abandono, un incendio en la lavandería, un incendio en el manifold,...  mangueras por aquí, trajes de bombero y equipos de respiración autónoma, camillas y trajes de inmmersión. Finalmente abandonan el barco dejando un informe con sólo tres notas, una de las cuales traerá cola: el mal funcionamiento del oleómetro. 

     Mientras descargamos, justo al lado del monumento que conmemora la derrota infringida por los tejanos al ejército mejicano del General Santa Ana y que supuso la independencia de Texas, y al lado del acorazado Texas, veterano de la primera y segunda guerras mundiales, los técnicos intentaban reparar ese trasto infernal. Ciertamente no lo consiguieron. Sin ese equipo en orden no teníamos autorización para abandonar los Estados Unidos, ni siquiera Houston, y mucho menos cargar o descargar. Así pasamos a convertirnos en "detenidos" en Texas.

     Durante un día ardieron los teléfonos, y lo que nadie se molestó en arreglar antes (diez días antes de la inspección se comunicó a la compañía el fallo del equipo. Solución: apagar y encender el automático), había que solucionarlo de un modo u otro. Finalmente se logró que la Dirección General de Marina Mercante, en fin de semana, nos diera un pasavante de un mes hasta un puerto en el que pudieramos reparar el equipo.

     Partimos de Houston rumbo a Nueva Orleans, lavando tanques otra vez. En el Rocío nunca una operación rutinaria pasa sin más, siempre hay algo que no funciona, que se rompe o lo que sea. Lo cierto es que a la mañana voy a mirar los tanques y me los encuentro llenos de agua con detergente. Horas perdidas. A strippear uno mismo los tanques hasta dejarlos secos. Si falla el barco y falla la gente stás jodido. Mississippi arriba durante horas y horas, buscando caimanes entre la vegetación de las orillas o restos de la desolación del Katrina. Lo cierto es que ni uno ni otro. La ciudad de Nueva Orleans, o lo poco que pudimos ver desde el barco, presentaba un aspecto estupendo. Tras cargar aceite de maíz volvimos, Mississippi abajo, rumbo nuevamente a Houston, a finalizar la carga. 


        Cuando salimos de la bahía de Galveston rumbo nuevamente al Mediterraneo llevábamos ya 10 días en los USA, diez días de maniobras, inspecciones, operaciones y conflictos sin saber si nos dejaban partir o no. La vuelta, a diferencia de la ida, la hicimos bajo un cielo encapotado y lluvias continuas. Las temperaturas bajaron en más de 12 grados en apenas 4 días. Pasamos del bañador al jersey. Con las correspondientes paradas técnicas por culpa de la máquina conseguimos llegar al estrecho, casi sin combustible y casi sin agua dulce, con la máquina cogida por pinzas y varios mecánicos esperando para poder solucionar los múltiples problemas de la máquina y del oleómetro, pues el plazo dado por las autoridades se acaba. A todo esto hay que añadir que se ha decidido cambiarle la bandera la barco, le quitarán la española para poner la maltesa, así que en Ceuta nos bajamos media tripulación, embarcando sustitutos hondureños y peruanos. Al bajar, llevo 90 días de campaña, y aún me resta otro más de viaje hasta casa. 90 días no son demasiados, pero el Rocío agota. Por eso a nadie le entristece que le cambien la bandera. Que se lo lleven los hondureños y los peruanos y que no lo volvamos a ver. Es un barco que no hace amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario